Actualmente vivimos juntos, formando comunidades de seres humanos en vecindades, en pueblos, ciudades y
en la tierra, y nunca hemos sido educados para convivir ni para lidiar con la complejidad de nuestra propia
naturaleza humana, constantemente en relación con otros. Si tenemos suerte somos educados para una
carrera con algún grado de conocimiento sobre nuestra cultura y nuestro país. Cuando surgen dificultades y
conflictos en nuestra vida personal con nuestras emociones, nuestra falta de habilidad para apreciar la
situación de nuestras familias, nuestro trabajo, la religión o la vida política, inventamos soluciones, hacemos
creer y actuamos como que sabemos, hablamos de valores ancestrales, buscamos "el cómo hacer" a través de
recetas prácticas o, si somos suficientemente sanos, buscamos el consejo de especialistas.


El problema es que no disponemos de estrategias que nos permitan construir, ni hay un terreno común a partir
del cual nos podamos comunicar. Pareciera que no podemos esperar que los adultos nos ofrezcan un
conocimiento que sirva de base común para todos y que permita superar las dificultades. No hay un terreno
común que sirva de punto de partida para un entendimiento, parece que no hay nada que podamos compartir
como adultos; no existe un conocimiento compartido por todos.
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